Crimen sin castigo: Lorenzo Meyer

Lorenzo Meyer. Historiador y Analista político

AGENDA CIUDADANA

CRIMEN SIN CASTIGO

Lorenzo Meyer

Diagnóstico. Desde 1982 nuestro país no ha podido resolver el problema mayúsculo que significó el colapso del antiguo modelo económico, ese que se fue construyendo a partir de las expropiaciones del cardenismo en los años 1930 y que por casi medio siglo tuvo al mercado interno y a la política de industrialización como su motor principal. En contraste, la actual fórmula neoliberal, ha ligado a nuestro país con Estados Unidos de forma excesiva -hoy el 80% de las exportaciones mexicanas van al mercado norteamericano- pero con un resultado muy mediocre: en términos per cápita, el crecimiento del PIB fue de 0.7% entre 1983 y 2000 (la última etapa del PRI) y poco menos de 1% en los diez años que van del PAN. ¿A quién o a qué culpar por esta situación? ¿A la mala suerte, a la política, a la corrupción, a la mediocridad del sector privado, a los monopolios o al carácter extranjero del sector financiero? Posiblemente a todos los factores mencionados y a algunos más. Como sea, los que han pagado y seguirán pagando el mayor precio por la exigüidad del crecimiento económico son quienes menos la deben: los mexicanos de a pie.

El Fondo Monetario Internacional ya informó que el Producto Interno Bruto (PIB) de México va a crecer este año en 5%, lo que sin duda es positivo frente a la disminución del 6.5% del año pasado. Sin embargo, la mala noticia es que para 2011 ese ritmo disminuirá a 3.9%. Es inevitable contrastar nuestra situación actual con la de otras economía emergentes como China, India o Brasil cuyos PIB están crecido entre el 9% y 10% anual.

Historia. Lo que históricamente se ha hecho con la economía mexicana ha sido el sacrificio sistemático del interés de los muchos en beneficio de los muy pocos, un auténtico caso de crimen sin castigo.

Como lo señalara el recién fallecido profesor Ramón Eduardo Ruiz, el subdesarrollo mexicano se incubó y arraigó en la época colonial. A lo largo de esos tres siglos las actividades productivas de la sociedad novohispana se organizaron en función de la exportación de metales preciosos a la metrópoli, (México. Por qué unos cuantos son ricos y la población es pobre, Océano, 2010). Esa distorsión fue producto de la ausencia de soberanía, pero la independencia no la modificó sino que los nuevos gobernantes la mantuvieron. Los gobiernos liberales e incluso los primeros de la Revolución insistieron en orientar la parte más dinámica de la economía hacia la exportación y bajo las reglas del libre cambio. Sólo entre mediados de los 1930 -el cardenismo- y fines de los 1970 hubo una política diferente que, con variantes, privilegió el mercado interno. Fue entonces cuando tuvo lugar el “milagro mexicano” y el PIB creció a buen ritmo: alrededor del 6% anual. Sin embargo, los abusos y errores de la élite del poder -proteccionismo sin estímulo a la competitividad, corporativismo, injusta distribución del ingreso, corrupción sistemática en las empresas públicas y otros similares- se acumularon hasta que todo se vino abajo en 1982. Entonces, en la desesperación por encontrar una salida de emergencia que evitara el derrumbe del régimen priista, se volvió a una variante de la vieja fórmula de anclar al aparato productivo en el mercado externo, pero esta vez de manera más cabal con el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte.

Una Salida Falsa. El comportamiento del PIB mexicano en el marco del neoliberalismo y de la globalización mostró que la supuesta solución no fue tal: en 27 años el promedio anual de crecimiento real del PIB no ha llegado al 1%.

El viejo problema de la dependencia mexicana de la dinámica del mercado externo se ha agudizado porque, en la práctica, ese mercado está casi reducido a un solo país: Estados Unidos. Además, si bien la economía norteamericana es la mayor del mundo ya no es la de mayor vigor y tiene problemas serios. El crecimiento anual del PIB norteamericano del año 2000 a la fecha ha sido del 2% en promedio. Es verdad que en junio del año pasado Washington declaró oficialmente que había concluido su gran crisis financiera, crisis que afectó al resto del mundo. Sin embargo, si bien para sus instituciones financieras ya pasó la tormenta -los ejecutivos de la banca norteamericana están volviendo a recibir bonos obscenamente altos-, para millones de norteamericanos él vía crucis sigue: el desempleo está en 9.6% de la fuerza laboral y el mes pasado se perdieron otros 95 mil puestos de trabajo. En fin, que el consumo del gran país del norte carece hoy del vigor necesario para jalar adecuadamente a la economía dependiente de sus vecinos mexicanos.

Si se quiere entender cómo es que económicamente Brasil va hoy bien y México no, hay que abordar el problema del abandono del mercado interno y de los efectos de las crisis financieras recientes en México y en el país al que está ligado: Estados Unidos. Y para quienes no son economistas profesionales, una buena manera de entender este complejo fenómeno es dejarse guiar por el profesor Carlos Marichal en: Nueva historia de las grandes crisis financieras. Una perspectiva global, 1873-2008, (Debate, 2010). Marichal es historiador y se propone hacer comprensible al no especialista, las complejidades y el desarrollo de las crisis del sistema financiero mundial contemporáneo.

Para Marichal, la ciencia económica ha probado ser más o menos útil para predecir los ritmos del crecimiento, pero no para prever las crisis financieras y sus efectos. La razón reside en la complejidad del fenómeno y en el factor ideológico neoliberal que presupone que el mercado se organiza solo.

Las Crisis. La crisis de 1995 en México -la de de los “tesobonos”- fue de hechura interna. Entre 1990 y 1993 propició la entrada de capital de cartera por 90 mil millones de dólares y para 1994 la deuda mexicana alcanzó la cifra sin precedente de 122 mil millones de dólares. La banca mexicana se acostumbró a adquirir fuera dólares a bajas tasas de interés y prestarlos dentro a tasas más altas: un negocio redondo que, además, produjo un falso ambiente de “prosperidad” durante las elecciones de 1994. El costo final de ese último triunfo priista fue el derrumbe económico de 1995, la creación del Fobaproa, su enorme deuda interna y el traspaso de la banca al capital externo. México se convirtió en un ejemplo de globalización dependiente.

Pero si la teoría no sirvió para evitar la crisis financiera interna del 95, tampoco sirvió para predecir el estallido y magnitud de la externa en 2008. La administración de Felipe Calderón se dijo entonces preparada para hacer frente a un “catarrito” financiero pero no al tsunami que en realidad llegó y hundió el PIB a las profundidades de menos 6.5%. La fanfarrona confianza de las autoridades mexicana en vísperas de la crisis palidece frente a la irresponsabilidad de sus contrapartes en Washington y Londres. Ahí, las orejeras ideológicas llevaron a dejar crecer ese “hoyo negro” de las operaciones con “derivados” y que no fueron otra cosa que especulación a enorme escala -dar hipotecas a quien no podría pagarlas hasta sumar 10.4 billones de dólares (once ceros a la derecha del 4)- lo que desembocó en eso que Marichal explica con gran claridad: la implosión de la red financiera global y sus efectos en economías tan dependientes de lo que ocurre en el mercado norteamericano como la mexicana.

Conclusión. Ya sea por la irresponsable y corrupta manipulación del “auge petrolero” anterior a 1982, por la irresponsable y corrupta política financiera del salinismo o por de una política igual de irresponsable y corrupta en los centros financieros mundiales -Estados Unidos e Inglaterra-, el caso es que la vida económica de casi todos los mexicanos ha sido afectada muy negativa e injustificadamente a lo largo del último cuarto de siglo. Se trata de un auténtico gran robo de las oportunidades y del futuro de los más a manos de los muy pocos de dentro y de fuera. Se trata de un crimen sin castigo y cuyas consecuencias son, entre otras, un país sin proyecto, una juventud sin oportunidades, una injusticia social creciente y una inseguridad y brutalización de la vida colectiva en ascenso.

Desde hace tiempo la dinámica y rumbo de México claman por un cambio sustantivo, pero la disfuncional estructura institucional, la cortedad de miras de los dirigentes y el gran peso de los intereses creados, favorecen el triunfo de la inercia. Si las elecciones del 2012 no llevan al cambio -y por ahora hay pocos elementos para suponer que lo harán- el destino inmediato de México es la continuación de la descomposición y la irrelevancia del país; un crimen hasta ahora sin castigo.

Resumen: “en el último cuarto de siglo la economía no ha funcionado desde una perspectiva mínimamente aceptable para el interés mayoritario. De continuar las innercias, México se volverá inviable”

Acerca del Autor : Triquis Oaxaca